miércoles, febrero 11, 2004

Se tocó la herida en el muslo derecho. Todavía podía sentir los dientes que ese lobo le había clavado hacía más de tres años. Algunos días le dolía más que otros, aunque ya no le dolía como antes.
Tampoco frecuentaba los cementerios ni los zoológicos de noche. Recordaba vagamente aquella última vez, la del duelo. Y recordó el vacío que hubo despues de aquella.
Bebió un poco más de su vino y se sentó a mirar el fuego. El frío hacía agradable la cercanía.
Carmilla quedó hipnotizada. Quieta, estática; abstraída mientras su mente viajaba hacia abajo.
Nuevamente el dolor punzante le atravesó su pierna. Recordó los tiempos en los que despues del enfrentamiento anduvo vagando, harapienta, huyendo de la luz que creía su enemiga hasta que una mañana se vio sorprendida por el amanecer. Por el sol blanquecino e inocente del amanecer.
Ese día se internó por primera vez en los bosques y supo de los árboles. Supo así de los árboles. Y conoció los árboles.
Al día siguiente escaló una montaña y cuando llegó a la cima, se hizo aprendiza de una piedra. Aprendió a hacer silencio.
Otra vez, encontró un nido abandonado. Sólo había un huevo. Carmilla lo ubicó debajo del sol. Le dio calor con sus manos durante muchos días. Pero no aprendió a esperar porque un mañana se cansó y lo abandonó. Al día siguiente el cascarón se rompió.
Durante las noches seguía caminando iluminándose con una pequeña luz que salía de ella. De algún lugar diez centímetros más adentro que su cuerpo. Carmilla empezó a reir.
Una de esas noches, se encontró frente a las puertas de un castillo. Las empujó sin golpear previamente. Mme. Bathory la esperaba del otro lado lacónica, altiva.
Rápidamente tomó a Carmilla bajo su protección. Era una mujer severa, adusta. Pero justa a su manera y hermosa. La condesa se encargó de vestirla, darle techo, recordarle su nombre, -o ponerle uno nuevo- y de enseñarle algunos secretos para ayudar a crecer a su luz.
Un día en que las dos habían bebido demás, Carmilla le preguntó dónde se hallaba el Conde. La condesa hizo una mueca de desprecio y brevemente contó que él había liderado una horda para quemarla en la hoguera por bruja, durante la Inquisición, una vez que la vio brillar un poco más que lo normal. No habló más del tema. Sin embargo la miró a los ojos.
-Hay dos clases de personas,- dijo -, las que tienen fototropismo positivo y las que tienen fototropismo negativo. Las segundas no saben ver tu luz. No saben que la luz es luz desde el prmer día de la creación, por eso te rechazan. Y las primeras se acercan a vos como sanguijuelas y se quedan pegadas consumiendo tu luz.- Hizo una pausa. -Hay un tercer tipo de personas, pero....
-Pero qué?- pregunté.
-Pero... esas personas sólo aparecen en los libros, y... yo nunca he visto a una.– Mme. Bathory quería restarle importancia al asunto. –Lo importante es que sepas que si te quedás más de cinco minutos (en tiempo o distancia) junto a alguien que no sabe ver tu luz, vas a terminar más vulnerable, más indefensa. Hay ciertas cosas que ya no podés soportar como antes. Tu luz se lastima. Y si perdés tu luz, perdés el camino de regreso hacia vos misma. Y vos ya estabas perdida y herida por un lobo. Y yo te encontré, te curé, te di un nombre y un lugar. Y no quiero que salgas nunca de este castillo. Acá vas a estar más protegida y segura.
La Condesa, suspiró y añadió antes de levantarse. –Pagar ese tipo de amor por luz, creeme, es una ganga. No hay nada allá afuera que realmente valga la pena.
Carmilla volvió de su ensueño, vació su cantimplora de vino, se calzó las botas, apagó el fuego con la tierra y siguió su largo camino bajo la luz de la luna.

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