jueves, noviembre 20, 2008

Abralapalabra: Galimatías

Un Matías francés

domingo, noviembre 09, 2008

Alive!

Èramos botijas. Èramos burbujitas alienadas en el medio del parque, robàndole horas a la jornada completa. Pistas y ruedas. Y el pequeño atisbo de la primera delincuencia juvenil. Habìa sol, habìa crisis y habìa que asegurar los lazos de la amistad efìmera. Tres años es mucho, cuando es un cuarto de tu vida y sin lugar donde hallarse. Ni los juegos, ni la belleza, ni el rock, del cual aùn habìa que pedir permiso para participar. Quedaba la calle, quedaba esperar a que a una le dijeran "Mujercita" y le abrieran una puerta, para poder quedarse a mirar entre vinilos y cassettes. Habìa mucho de negro, de punk, de grunge, de jeanes rotos y camisas a cuadros, de mùsica fuerte que lo ensordece todo. Y la vanguardia que aùn no resulta còmoda. "Quiero ser normal" latìa constantemente y se atrincheraba ante cualquier bifurcaciòn, frente a la que siempre elegìamos el camino de la izquierda.

Mañana de sol

No es que odie a mi vecino.
Pero saber que està del otro lado de la pared demasiado baja -donde mis ojos podrìan pasar sin problemas- un domingo a la mañana de sol y prendas ìntimas, me molesta. Dejando de lado uqe hace tiempo que no vivo aquì y que en realidad fue èl, fueron ellos quienes tomaron posesiòn de mi casa, de mi habitaciòn hacinada, de la mampara del baño, de la cocina al revès y de ese cuarto en lo que acà serìa la escalera, que era la habitaciòn de mi hermano.
Poco tiene que ver que me invitaran a su primer cumpleaños, el niño que casi tenìa mi edad, y yo, con mis once años a cuesta, tuviera que pasar por el desprecio de ver mi casa en manos ajenas, a merced de trogloditas culturales, un probable ex integrande de los servicios y una ama de casa que luego se dejarìa matratar por madre, padre y perro uqe le ladre, para luego echar putas contra el resto cuando se le diera la oportunidad.
Sì, yo me afanè la Cindor.
Habìa ahì una bolsa -nunca habìa habido bolsas en lugares comunes! Nunca se hàbìan mancillado los espacios compartidos- luego de que la invasiòn del espejo en el ascensor apareciò un dìa, luego un portacartas espantosdamente kitsch que luego todos terminaron por utiliza, los moretones a la altura de la cadera, por los frenos de las bicicletas que ellos ponen sistemàticamente en la escalera que da al palier, obviando cualquier regla mìnima de convivencia o seguridad. Entonces, si estaba ahì, en mi casa, en mi edificio, ¿por què no habrìa de llevàrmela?
O cuando el olor a amargo serrano invadìa el edificio a causa de esas flores que ponìan en la terraza -comùn- y que llenaban de pelusas anque bichos mi propia casa, que sì, que tenìa terraza propia. Y sì, tambièn tenìa parrilla. Y por supuesto, era mucho màs grande.
Pero no, no lo odio.
Es sòlo repulsiòn acèrrima que le tengo.

lunes, noviembre 03, 2008

Abralapalabra: Acasusso

Acaso uso
Me saluda con un beso mojado de baba olorosa y se me queda el cachete desagradablemente húmedo con esa fragancia apestosa. Intento que mi corta nariz doble hacia la izquierda, pero no lo consigo. Si me habla, pequeños señuelos de saliva humectan nuestra comunicación, que por mi parte, quiere ser reducida a la más despojada de las cortesías.
Su hálito infecto es el mensajero de su presencia.
Como los taxistas. Los taxistas huelen mal desde sus fauces y su pequeño mundo con ruedas es carne de diván del poettcristal.
No es justo que mi perfume se exilie de mi cuerpo dejándome indefensa ante las marejadas ajenas de olores fétidos.
Y en este momento, tengo recuerdos de cosas que nunca pasaron. Falsas memorias, probablemente, de lo que vendrá.

domingo, noviembre 02, 2008

Lo veo ahí, sentado en la punta de la mesa, leyendo, mientras yo voy y vengo limpiando, ordenando, haciendo y deshaciendo. Es un león cansado, un macho beta que sabe que algunos menesteres están para ser hecho por las féminas que vinieras a caer a su madriguera. A mí me da rabia verlo tan displicente cuando levanta el diario para que yo limpie. Su mujer ya está habituada a ese trato silencioso y gestual, a las pequeñas descalificaciones diarias, a su música que lo copa todo y que invalida cualquier tipo de comunicación posible.

Ella lo tolera, yo no sé cómo.

En cambio, yo aún disfruto dejar todo en su lugar para mi compartir con mi compañero. Como cuando me alcanza el trapo para que para pasarle a la mesa, es la excusa perfecta para acariciarlo fugitivamente. Mañana le tocará a él y yo tendré que planchar o quizá cocinar. De una u otra manera, todo eso es para agasajarlo y corresponderle, en toda su entrega.