lunes, marzo 22, 2004

Las letras van trepando despacito. Primero son poquitas y se suben a la uña del dedo gordo de mi pie. Y después, se montan en el lomo del dragón.
De a poquito y en fila india van subiendo por los tobillos. Otro comando se lanza desde un helicóptero como piojitos amorosos en mi pelo. Bajan por mi frente haciendo rappel y se tiran en el tobogan de mi nariz, mientras que las primeras ya se reproducen y son palabras que ascienden por cada una de mis cicatrices, algunas letras se pierden en mis poros.
Otras otras, se tiran en paracaídas desde mis pesatañas, donde e habían reunido estratégicamente, para luego juntarse en pequeñas oraciones unimembres (así todas agarraditas de la mano) y lanzarse en la conquista de las caracacolescas orejas. Se pierden, se encuentran, se esconden, en envuelven entre las vueltas (y las no vueltas).
No las puedo frenar, Ya tienen la mitad de mi cabeza y las del comando subterráneo ha llegado a aferrarse a mis rodillas. Cada tanto me sacudo en vano, porque creo que así me las voy a desprender, pero las muy vivas se esconden, se ocultan y cuando se encuentran con nuevas letras, las coptan, las reclutan para que invadir cada recoveco de mi piel.

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