jueves, mayo 13, 2004

De transportes públicos, púbicos y púdicos.

El colectivo 55 da para las cosa más extrañas. En particular por la mañana. Lejos de la camaradería relatada por Anouk en su blog, en esta linea de Satán (porque sólo puede responder a órdenes y horarios demoníacos), los saludos son raramente respondidos, y la gente que me resulta conocida nunca se hace cargo de esa familiariedad. Una de las últimas veces reconocí a alguien. Nunca supe quién, ni de dónde. Pero lo reconocí. Es más, recordé su voz sin que hubiera hablado. Eso es ya más extraño. El colectivo estaba lleno. Y yo terminé apretujándome sin querer ni siquiera queriendo, contra este señor semiignoto por causa de la fluidez de personas dentro del autobús. Es decir, que en algún lugr hay alguien que seguramente conozco a través de otro alguien, que anda vociferando por las calles de Buenos Aires que una mina lo apoyó en el bondi.
Debo hacer una aclaración. Dentro del rubro Transporte Público, el colectivo no es el que me parece más promiscuo, incluso cuando las cantidades de gente superan el índice humano (este índice humano). Sin lugar a dudas, el subte tiene mayor capacidad de mezclar indiscriminadamente gente de manera desordenada. El colectivo (micro ómnibus de pasajeros) tiene la ventaja de ordenar a las personas en funcion de las ventanas. La gente se ubica espalda contra espalda y luego en el momento de perfilarse hacia la salida cambian de posición. En cambio, el subterráneo no tiene qué ver por las ventas. El afuera es por momentos ciego y a la vez introspectivo, por momentos infectos de publicidad gráfica, colorida y brillante (he aquí una publicidad de tintas para impresora, en cuya lámina se ve inexplicablemente a una muchacha -gato viejo, debo decir- vestida de forma ochentosa, que exhibe en sus manos los productos en promoción. Típico caso de persona a la cual en Warnes le dijeron: "Poné una mina que esté buena y vas a ver cómo empieza a caer la gente!" ). Entonces la gente se apretuja en cualquier dirección, contra cualquier cosa o persona, chocando con la cara de uno o la espalda del otro, el costado más allá, misturando alturas, contexturas, hedores, perfumes, tejidos, telas y pieles.
Siempre dije que uno de los actos de mayor intimidad es percibir el aliento del otro. Porque hay que estar demasiado cerca de una boca como para saber de qué sabor es el chicle que estuvo masticando hasta hace emdia hora. Así que saborear el aliento de un desconocido (en el mejor de los casos, agradable) es casi una experiencia erótica. Casualmente erótica.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario