miércoles, mayo 05, 2004

Despertares (La revancha de Morfeo)

Los despertadores son un problema. De por sí. Yo hace años no tenía problemas: tenía un despertador horrible, que adelantaba rigurosos diez minutos y que cuando empezaba a chillar debía ser rápidamente apagado, consiguiendo su cometido de levantarme de la cama. Deber cumplido. No me hablen hasta el mediodía. Perfecto. Yo puntual y todos felices.
Luego, el horrible triiiiii triiiiii triiii triiiiiii en aumento fue cambiando por música o por Román Lejtman. Y si bien no tenía que apagarla, como sonaba para despertarme y que me levantara, yo -obediente- me levantaba. No hay grandes conflictos con eso. El despertador suena, uno se despierta. Y luego se levanta. Fin del asunto.
Desde hace algunos años, me empecé a codear con gente que no se levanta cuando suena el despertador. Horror! Cómo así que suena pero no te levantás? Y cómo es eso de que dormís un rato más hasta que... Horror! Horror! vuelve a sonar? E incluso más, cómo es eso de estar despierto remoloneando en la cama?
Con mezcla de envidia y admiración, -porque cualquiera que puede dormir diez minutos y despertarse (y no como yo que para dormirme diez minutos me tomo una hora) y luego volverse a dormir sabiendo que ya se tiene que levantar, prolongando su agonía de vigilia, su agonía de atún-, poco a poco fui probando perderle el respeto al despertador. Mi cambio de horario (de diurno a nocturno) en la facultad promovió esa nueva práctica a la que me resistí durante mucho tiempo.
El remoloneo se hizo parte esencial de mis mañanas, que ya comienzan con buen humor, cuando los ojos se abren a las ocho y el cuerpo empieza a responder a las nueve, mientras alguna parte de mí escucha las noticias y registra cuál es la temperatura y el pronóstico. Por eso debe ser que me quedo tanto tiempo, porque en algunos programas (y estoy pensando en la bestia pop) tardan en decir cuántos grados hace afuera.
De todas formas nunca llegué a lograr los flashazos de sueño cuando la mañana me está tironeando la almohada. Lo máximo que logré al respecto -y por lo que estoy orgullosa- es hacer movimientos indecisos hacia el control remoto del equipo (que descansa bajo mi cabeza) y apagar al endemoniado bicho, atractor de realidades. Es más; incontables veces puse el despertador a las ocho de la mañana tan sólo para disfrutar que puedo dormir dos horas más.
Pero la duración del sonido debe ser muy acotada. Pasado cierto rato el día ya se metió tanto en mis oídos que es más corto el camino hacia afuera, que el camino de vuelta al mundo de los sueños.
En las siestas la cosa es diferente (sí, porque también hay siestas). Se supone que con una hora (diez minutos) ya es suficiente. Pero hay veces en las que el frío, la lluvia o quién sabe qué demonios movilizan a mi mano que se precipita hacia el botón de "off" en el bendito aparato. Y no me da tiempo a pensar qué es lo que me convendría hacer, a sabiendas de que Morfeo siempre va a quedar afuera de toda discusión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario