domingo, junio 06, 2004

Sucedió. Tal como me lo imaginaba. Sabía que en algún momento despertaría y ya no estaría a mi lado, mi zona diestra entraría entonces en una plácida indefensión, en una repentina pérdida, tranquilizadora, deseada, supuesta.
Sin embargo, no fue así como sucedió. Paseaba -es decir, daba pasos- por zonas netamente grises, inhóspitas para cualquier tipo de manifestación vagamente poética, envuelta en una nobosidad variable y arrastrando posibles chaparrones. Creo que bostecé. Eso debe haber sido el disparador de la huída, la ausencia, el abandono. Y cierto, ya no estaba. Quedaba yo indefensa, sin filtros ante diestros mordaces comentarios. Volvía al stereo de donde nunca debiera haber salido, pero al que era preciso reacostumbrarse. Y mi oído izquierdo se sonrojó y tembló por lo patético, triste, escaso, ensordinado, bloqueado, piqueteado, vago, insuficiente, torpe, mediocre, se encontró descubierto en su treta, su truco, su trampa. El oído derecho había renacido desde las cenizas sordas como el Ave Fénix, tan sólo para mostrarle al mundo, lo vil que era su congénere opuesto.

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