miércoles, enero 05, 2005

Un olor a eterno pollo al horno destinado para algunos, mientras los demás se someten al caldo desgrasado, acompaña el ascenso.
De un lado, ellos. Los eternos ellos que desde tiempos inmemorables nos sucumben bajo -falsas- promesas de bienestar. Susurran fórmulas mágicas para nosotros, ante las que la antigua alquimia alguna vez se prosternó. Para Nosotros, sus Ellos, en eterno movimiento de satélites incongruentes, donde no hay sol, si es que acaso el sol fuera el centro de nuestro petit universo.
Yo soy una privilegiada. Me muevo violetando por los pasillos descolorados, tan antiguos, tan grises sin serlo. (Aunque todo blanco a partir de cierto momento ya es gris: blanco mentiroso, blanco hipocondríaco). Me pregunto por qué las paredes tienen que ser tan tristes. Y me respondo que es la condición para que Los tomen en serio. Como todo lo demás.
Y allí soy tan mentira como esas paredes, como el calor, como la promiscuidad. Caigo en los confines de mi propio espejismo. Como en los elixires que madrugan nuestras nanas.

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