jueves, agosto 31, 2006

Srta. Julia

Hoy a la mañana nos levantamos temprano. No quise desayunar, preferí salir a dar una vuelta en bicicleta.
Lo tenté. Esperé un café con leche y terminó acompañándome a dar vueltas por las zonas aún desconocidas de la ciudad. Aunque nada parecía igual: con tanto sol, París se había vuelto extraña. La última vez antes uqe esa, yo tenía un solo par de zapatillas y se me habían mojado. Sanyi, el conserje del hostel donde estaba, las puso adentro del horno para que se secaran. Y mientras esperaba que se cocinaran, me preparó un té de hierbas filipinas, que aún tenía guardadas. Para que no me estropearan los dos días uqe me quedaban, dijo.
Esa noche, soñé con el sombrero que al día siguiente corrí a comprar, de camino a la Sacre Coeur. Algunos años después, lo perdí en el metro de Buenos Aires, cuando tenía las manos llenas de todo.
¿Podría perdonarme mi amor? La noche anterior había llegado tarde. Llovía, y después del curso fuimos a tomar una cervezas y yo más tarde me quedé en en el Pompidour, escuchando a Chet Baker. Pierdo la noción del tiempo con Chet Baker y esa lluvia, como la que me mojó las zapatillas.
Era, como siempre, mayor mi miedo uqe mi desplante.
Cada tanto tenía la imperiosa necesidad de traicionarlo todo. Escaparme de él, de mí, de París, de Buenos Aires, de los cursos, las becas y ese futuro prometedor del uqe todos hablaban. De las brujas y los azares. Pero así también es como siemrpe vuelvo. Como anoche después de varear por la Champs Elysées, con la garúa y el viento de diezmil demonios. Con el ánimo cansado de huir, arrepentida y llena de disculpas innecesarias, a acariciar el ovillo incondicional uqe es él en el costado de la cama.

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