domingo, noviembre 12, 2006

Bostecé mirando fijo a Bianca, esperando que luego ella abriera la boca, contagiada. Alrededor de las siete de la tarde llega mi hora de bostezo. No sé si es porque generalmente estoy en el subte y con que alguno empiece es suficiente para asegurarme una buena tanda de bostezos contagiosos (es más, no puedo escribir "bostezo" sin esbozar uno).
Bianca me miró con desconfianza (parece no recordar que la conozco desde hace diez años) y siguió en su mundo, inmutada.

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