viernes, marzo 28, 2008

De la mano del payaso caminábamos sin saber a dónde íbamos.
El payaso me pasó del lado de la pared, para resguardarme de los autos o para que se me cayera un balcón encima.
El payaso tenía dientes afilados y un arma junto a sus pantalones abombados. Y después se cambió la cara y estaba como Pierrot. Triste, el payaso.
Nos paramos en la esquina y el vago infló un globo. Nunca pude inflar globos largos.
Nunca me gané ninguna figurita de globo.
Una vez me eligió un mago para ayudarlo, me levantó el vestido y después me mandó a sentar.
Yo tenía pantalones, el payaso-Pierrot no podía asustarme.
Prefería los dientes afilados.
No confiaba en el payaso que nos llevaba de la mano. Había olor a engaño en el aire. La inocencia era toda mía.
El payaso se cambió la ropa con un pase mágico. Y era un skater grandote, de ojos claros.
-Qué buen pelo-, me dijo
-Qué buenos ojos- respondí.
Y me rateé por primera vez de la clase de la tarde.

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