viernes, mayo 23, 2008



Es un hombre. Demasiado joven para ser señor, demasiado grande para ser un flaco. Un muchachón que no llega a los cuarenta años. Quizá hasta mucho menos, pero su cara ya dice cosas, cuenta historias (por supuesto, a gusto del consumidor). Lo he visto cientos de veces en el barrio, vendiendo chucherías, seguramente también mendigando, con su niña. Jugando con ella, haciéndola dormir en su regazo o mimándola.

El miércoles los vi y ella llevaba su guardapolvo blanco. La imagen me enterneció aún más.

Ayer los volví a ver, Rocío dormía sobre la mitad de él y no lo dejaba encontrar el vuelto para darme. Le sonreí lo más ampliamente que pude. Y por supuesto que no alivié ni un nanosegundo su pesar.

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