domingo, agosto 01, 2004

Perseguidor plateado

El perseguidor viajaba ayer en la línea 86, camino a San Telmo, o quizás La Boca. A su lado, su Dedée. En frente, la condesa (¿o era marquesa?). Luego cambiaron sus lugares. Cuando subí Johnny traducía del inglés para que la marquesa (¿o era condesa?) y Dedée se comunicaran, pero llegó algún momento donde todos se pusieron a hbalar en español y ahí fue cuando cambiaron de lugar. Desde uno de los últimos asiento veía a Charlie o Johnny, que en esta versión plateada no era negro, que tenía unos enormes anteojos y a pesar de la noche cerrada, usaba un gorro con visera. Me sonrió un par de veces, mientras yo me acomodaba el pelo, antes de sentarme. Debió haber sido gracioso verme, con el abrigo negro de juventud de mi mamá, un talle más pequeño, con las mangas y la espalda estrechas, intentando envincharme un lazo color rojo en dos vueltas. Una y otra vez sin conseguirlo. Yo me hubiera reído. Pero su sonrisa era invitadora. A su lado la Dedée y la condesa/marquesa se llevaban bien, charlaban como amigas. Él, faraónico acariciaba a la de su lado. Los tres reían. Él y sus tres amores -las dos mujeres y el saxo entre sus piernas que no dejaba de tocar en un gesto casi autocomplaciente, aunque unas páginas más adelante debería perderlo en el métro de París- estaba invitándome a participar de su pequeño harén.
Pero no había mujer vestida de rojo, ni cajitas llenas de cenizas, ni crítico de jazz, ni librito de Dylan Thomas. Así que devolví la sonrisa y me bajé en cuanto el triste transporte alcanzó mi destino.

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