sábado, octubre 15, 2005

Me emociona la preparación de la mesa a la noche para la mañana siguiente. Las tazas después de cenar, las cucharitas. Todo para el día que vendrá. Supongo yo uqe es porque todos lo aprendimos de Antonio, que trae consigo las vacaciones siempre (las propias), la infancia, su casa tan hermosda donde me he sentido tan incómoda por no saber recibir la confianza que me daban. Será por la idiosincrasia. Será porque malacostumbrados que nos tiene a ser el perfecto anfitrión (nunca vi a alguien recibir mejor a la gente) no sabría moverme sola en ese espacio sin su presencia (o quizás con otras presencias menos acogedoras).
Y esas tazas, acá, con mi nombre, una, la otra rosa y una tercera salmón, son por la noche, la hamaca paraguaya puesta en el quincho, la mesa de madera muy gruesa y pesada de la cocina, de madera y piedra, las tazas, los platos y platitos junto a los cuales se ubican perfectamente cuchillo y tenedor que luego alojarán un café fortísimo con azúcar recién sacada de la heladera -por las hormigas-, queijo minas, manga, mamao; quizás el pan de Norinha (con suerte) y algún dulce casero hecho por alguien conocido vaya a saber uno de qué forma, pero com certeza tem que ser uma figura e vai ter detrás muitas histórias bonitas para ouvir do mesmo Antonio, que é como un pariente lejano, un mito.

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