martes, septiembre 12, 2006

Cumpleaños

(Este cuento tiene creo que unos 4 años y es el segundo de tres de cuentos adolescentes)

Ese día era tu cumpleaños. No hacías fiesta, porque además de que estábamos de vacaciones, ustedes ya se estaban yendo a Bahía Blanca; por eso mi mamá me dijo que te fuera a visitar, a hacerte compañía. De regalo te llevé un libro, no me acuerdo cuál.
Toqué el timbre y tu mamá me atendió. Que habías salido a hacer un mandado y ya volvías. Que si quería un vasito de coca y le dije que sí (a mí me encantaba ir a tu casa porque siempre había coca cola, en cambio en la mía, solo se tomaba agua, a menos que fuera cumpleaños). Me dijo que la disculpara pero que ella tenia que seguir haciendo cajas. Así que me quede en la cocina, balanceando las piernas, tomando coca y con un calor impresionante. Me acomodé los tiradores del enterito para que no se me vieran las tiritas del corpiño que se salían de la musculosa. No fuera cuestión que notaras que yo usaba... Ahí llegaste vos. Te sorprendió un poco verme ahí sola. Tu mamá te gritó que yo estaba, pero igual ya estabamos ahí, charlando. Dejaste la leche y el pan y me dijiste que fuéramos a escuchar música en tu pieza.
En tu pieza no había nada más que cajas, tu cama y un grabadorcito trucho que habías comprado con tu primer mensualidad hacia unos años. Todavía funcionaba más o menos bien. Las paredes estaban tristes ya sin tus pósters, y con algunas calcomanías a medio arrancar. Te di el libro ahí mismo.
-Feliz cumple!
Gracias, y nos sentamos en la cama: vos para abrirlo y yo para verte la cara. Te digo que no me acuerdo qué era, pero si me acuerdo que te había gustado... Pusiste un cassette de Nirvana y charlamos como siempre
-Me dijo Diana que gusta de vos...
Y te pusiste colorado... Y yo entre predespechada y queriendo sacarte la ficha. Nos quedamos tirados en la cama. Te hiciste el que no te importaba. Supongo que habrás sacado cálculos para ver cuántos días te quedaban. Me dijiste que por qué no íbamos con Diana al shopping el miércoles. El miércoles tengo que ir al dentista, mentí. En eso, apareció tu mama y nos levantamos como si nos hubieran descubierto.
-Te quedas a comer?
-No, gracias. Tengo que volver a las seis.
-Pero después te acompañamos hasta tu casa. Si querés yo hablo con tu mamá...
-No gracias-, mi mamá me dijo que Marta debía estar ocupada con todo el trajín, así que me quedara un ratito, nomás. Que no fuera molesta. Que fuera, le diera el regalito y a las seis estuviera en casa.
Cinco y media, y un calor horrible. Nosotros volvimos a tirarnos en la cama para ver las moscas volar sobre nuestros ojos. La ventana estaba abierta de par en par. Terminó el cassette y te levantaste a darlo vuelta. Cuando venias te me quedaste mirando un ratito. Creo que me viste el bretel del corpiño. Yo me puse colorada y me levanté (un poco haciéndome la ofendida).
-Me voy!
Vos, mudo, sin decir palabra. O lo que es peor. Hablando del colegio, de las maestras, de la escuela que te contaron de Bahía Blanca, de qué nota te sacaste en Sociales, de que tu mamá dijo que cuando hubiera un findesemana largo, seguro que iban a venir para capital, así que nos íbamos a ver seguido (bah! Vos y los “chicos del cole”). A mí me agarró un dolor que no me acordaba, desde que me ponía a llorar cuando era más chica, cuando mi mamá se iba a trabajar y yo no quería. Cada vez que se iba a la oficina, decía, yo hacia un escándalo que le costaba un perú irse. También decía que yo era caprichosa y bastante loquita. Y vos seguías hablando. Yo no te escuchaba, estaba pensando en todo esto.
Así que abriste la puerta, yo me perfilé hacia la calle, me agradeciste el libro (que aun no me acuerdo de qué era), y mientras me agradecías, no me importó que estuviéramos en la calle a plena luz del día (y con este calor...), ni me importo que Diana fuera mi mejor amiga (al fin y al cabo, nosotros nos conocíamos desde el jardín) ni me acorde de Bahía Blanca. Algo de eso que mi mamá llamaba locura (y que después con el tiempo se fue confirmando), me salto por los labios en un beso de pares mariposas de verano.
Y así, totalmente sorprendido, con una expresión graciosa en la cara y sin saber que hacer, te dejé para siempre y salí corriendo para casa mientras sonaban las campanas de las seis.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario