miércoles, enero 03, 2007

Sería quizá porque nació en la frontera, entre los dos países. Manejaba perfectamente bien ambos idiomas y adoraba los límites. Bordearlos, cercarlos, recorrerlos. Como el dedo paseando por el filo de tu pantalón. Como las uñas diestramente afiladas sobre la espalda.
Dejaba pequeños indicios, fácilmente confundidos con moretones u otro tipo de marcas. Usaba perfume de hombre para camuflarse con el de sus amantes.
Toda ella era doble, tal vez por geminiana. Probablemente lo utilizaría como excusa: seguramente era mentira. Podía camuflarse, reproducirse, reinventarse y convertirse en quien quisiera, con esos amigos de dudosa calaña y gran manejo de documentos falsos que tenía. Poca gente realmente la quería. Y ella, a decir verdad, no quería a nadie.
Deambulaba entre uno u otro país, cuando no se dedicaba a tareas más respetables por el resto del mundo. Gran parte del tiempo la pasaba de congreso en congreso, exponiendo y debatiendo sobre diversos temas femeninos. Allí donde sin dudas se destacaba entre otras intelectuales de pechos muertos y libidos canalizadas. Ella se alzaba como fémina doblemente peligrosa: hermosa e inteligente.
Nadie en realidad podía soportarla. Sólo la directora del proyecto -quien la había seleccionado para hacer sus primeras ponencias- podía apreciarla. Primero la había encantado con su prosa. Luego, con su oratoria y sus encantos. Seguramente tenía la secreta esperanza de que en alguno de esos viajes, ella compartiera sus humedades. Auque tan sólo fuera por agradecimiento. Claro que nunca sucedería.
Sabía ser perversa, como aquella vez en Bruselas.
Ella estaba segura de que el traductor que las acompañaba -su ruso era básico- prefería el contacto con otros hombres, pero como había algún intersticio de duda, prefirió comprobarlo en un ascensor de Moscú, durante los 22 pisos que la separaban de su habitación. Y de la pobre directora ilusionada, a quien siemrpe tenía en la incertidumbre, que aguardaba ansiosa la llegada del ascensor, al menos para despedirse hasta el día siguiente. La mujer tuvo que soportar los jadeos de su discípula y del muchacho que provenían del vacío, cada vez más fuertes.
Una vez llegados al piso 22, y lograda algo de la decencia inicial, salieron del cubículo, todos se despidieron y fueron a sus habitaciones. Si el tipo era puto, ella le había dado la oportunidad de reevaluarlo.

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