Un palacio azteca estaba por derrumbarse y yo quería estar ahí. Era un monstruo, unas cincuenta veces más grande que Nôtre Dame y también tenía algo del Kremlin. Era enorme, majestuoso y ancestral.
Mi casa estaba ahí, cerquita, y por nada del mundo iba a perdérmelo. El viento soplaba a contra pelo, lo uqe garantizaba que cuando cayera -empezaron cayendo las torres: primero la este- sería aún más lejos de mí.
Igual, yo quería estar ahí. A pesar de miedo, de las advertencias, del riesgo. Era una fascinación, como la de las tormentas que se arman, cuando sopla ese viento de mil demonios.
La torre oeste se empezaba a resquebrajar.
Ella quería acercarse más de lo recomendable y creo uqe no pude detenerla.
El gigante antiguo cayó.
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