jueves, mayo 29, 2008


Catlip, catlop, mis sandalias en un ritmo ferroviario. Pasa el tren delante de mí, demasiado despacio y estoy llegando tarde. Es mi turno, alzan las barreras para que pase la farolera y paso. Una hoja cangréjica con siete patas se atraviesa en mi camino. No la piso, es un bicho grande, la respeto, la dejo pasar, sigo avanzando. Es un poco oscura esa zona. Extraño la fábrica de granos que estaba ahí y uqe ahora están demoliendo. Extraño ese olor rancio de mi infancia. Ferro es verde, la empresa es acre, y en el suelo debería haber unas florcitas amarillas que me dan alergia. Eso y las bolitas de los paraísos. Probablemente esté cantando lo que pasa en mis auriculares truncos. Ya casi no funciona, tengo uqe hacer malabares con el cable, sostenerlo, acompañado durante la función auditiva. Alguien grita mi nombre y no soy sólo yo la que llega tarde. Una maja roja bordó me reconoció (o no, pero probó gritando mi nombre). Y llegamos, Y los latiguillos que no me salen, que los miento, los empasto. He comido y me cuesta sostenerme derecha: tenía hambre. Salimos todas juntas porque quiero y me banco seis cuadras en soledad. Sólo quiero llegar a casa



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