domingo, septiembre 28, 2008

Tenía un oscuro rincón donde guardaba cartas, facturas, fotos de los que no podía desprenderse. Un cilindro de rattán con tapa traído de algún viaje a Marruecos o regalado por alguien.
Por momentos, esa caja grande tenía la dimensión del corazón delator. Luego caía en el olvido, como las cosas que llevaba dentro. Abrir esa cesta era un viaje al pasado y a lo que no quiso ser conocido.
Es extraño cómo funciona la negación y el olvido. Había reencuentros, pero rápidamente, los volvía a poner ahí en ese cesto, en ese lugar recóndito de su hogar. Tirarlo, no podía. Sólo le restaba acomodarlo en ese lugar estratégico donde el ojo no ve. Por cómplice o por chicato.
En muy contadas ocasiones, se acercaba como quien enfrenta a un molino, sabiendo la derrota de antemano. Aún así, exponía su cuello a esa olla vegetaloide y se hacía de la propia arma asesina, como encantadora de serpientes amateur. Y rompía una carta o recuperaba una foto que terminaría ajada por el uso y la exposición.

2 comentarios:

  1. yo tengo unos cuantos rincones como esos... y hago todo lo posible por evitarlos.

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  2. El tema es... se puede realmente evitarlos?

    ;o)

    Beso, Mefistófeles!

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