jueves, julio 16, 2009

Espera

-Hay que esperar-, me dice y le creo. Estoy cansada de esperar, pero le creo. Mucha opción no me queda, pero le creo. Quiero creerle, aunque esta es como la decimonovena vez que lo dice. Ahora el presente está adelante... porque hay uqe esperar.
Intuyo que mis futuros una vez más se dibujan y desdibujan con una facilidad temible y envidiable. Estoy en sus manos. Confiamos en él como en un hermano mayor.
Confiamos.
Esperamos.

Y yo, que pensé que me las sabía todas con eso de esperar. Que me la pasé esperando en vano tanto, que padecí esperar, pucho en boca; ahora, -en cambio- sin tabaco, sin demasiados vacíos que cubrir, a punto de encontrarle el sabor a esperar, a esperarlo, a él, justamente a quien no me hace esperarlo, al uqe me espera siempre. A aquél que espera que le saque el disfraz de ogro (porque para mí ese rol está destinado a ogros, en parte por una extensa imaginería surgida en soledad). Espera mi desvelo, mi ubicación en mi palmera (tan cerca de la suya!), espera que aprendamos que no somos ogros. Espero aprender que no somos ogros.

Y finalmente, la agónica espera de que la muerte llegue y me deje de una buena vez hacer un duelo en paz.

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