miércoles, octubre 07, 2009

Me pregunté si realmente estaba sosteniéndome la mano o era pura inercia o ese calorcillo pegote que da cierta proximidad. Aflojé, intrigada. Su mano no hacía resistencia, pero se ubicaba de tal forma que no me permitía desentrelazar del todo la mía.
¡Qué remedio! Habíamos caminado alrededor de diez cuadra y aún no me había dicho nada. No entendía para qué había insistido en acompañarme con ese humor incierto. Como si yo debiera padecer Su Castigo Divino, por haber hecho algo... ¿algo? ¿Qué?
Estaba desconcertada. De pronto su conversación se había limitado a monosílabos secos. Y luego, el silencio.
Ese silencio acusador. Que por alguna razón hacía que yo aceptara todo cargo y culpa en mi contra, como buena Srta. K(afkiana). y me mantuviera yo también dentro del mutismo. Para no molestar...
Entonces, esa mano que sostenía podía ser la de algún maniquí y yo volví a mí, a mi ombligo, a mi soledad, a mi lejanía. Quién era ese desconocido uqe caminaba junto a mí?
No me habla, no me mira, no se ríe de mis chistes -y tampoco le causan gracia- (hay acaso algo más terrible que eso?). Qué hago yo caminando junto a ese hombre que se ve tan perturbado por... ¿por qué está tan perturbado? No lo sé. No me lo dice, no tengo derecho a saberlo. Por el contrario, debo sostener con estoicismo esa compañía innecesaria, esa palabra empeñada que tanto me lastima en ese momento.

1 comentario:

  1. Fuerza K. Entre las cosas que se aprenden en una pareja es a compartir esos momentos de mutismo y extrañeza. Si quiere, visite a su propio ombligo, pero no se aleje por demás que ese muchacho evidentemente quiere que sea ud. la que lo acompañe en su mutismo.
    besos
    7th

    ResponderBorrar