martes, abril 06, 2010

Miedo

Qué extraño es el mundo de la depilación, en principio femenina. Una depiladora puede oficiar también de psicóloga (o paciente), de gurú, de consejera, de muda, de geisha o de perversa.
Una entrega sus infinitos vellos a la lobreguez de la luz de tubo fluorescente, a la radio Disney de fondo, al papel que quieras o no, se arruga, se pega, se encera.
Quizá haya un ventilador que ayude con la tarea. Un ventilador viejo, que siempre tira la misma cantidad de aire (poco). O un abanico de paja, que es agitado con mucho empeño.
El ritual suele ser el mismo. Con la pregunta iniciática de “qué te vas a hacer”, una selecciona regiones de su cuerpo, como quien elige del menú. De cualquier manera, cada depiladora tiene su propia versión de la geografía corporal. Lo que para algunas es “Cavado”, para otras es “Cavado profundo” y cuesta más caro. Hay quienes de onda hacen más de lo esperado. Lo cual no siempre es bueno, porque puede resultar en la depilación en lugares imprevistos. Y no sólo puede resultar más doloroso que lo esperado, sino que después hay que mantenerlo.
Luego de indicada la o las partes a desmalezar, una se quita la ropa de forma pertinente y ahí está a la buena de dios, en (casi) pelotas frente a una desconocida. El consuelo llega rápido a las mente: “la mina labura de eso, está re acostumbrada. Además, ¿sabés cuántas más peludas/fláccidas habrá visto?”.
Una vez llegada esa frase, una trata de olvidarse y tomarlo como lo más natural del mundo. La desnudez propia no debería resultar en más que un trámite. Somos mujeres, finalmente.
El primer tirón es el que más duele. Después el resto es más o menos soportable.
Alguien desliza una palabra y comienza una conversación. O no, y quizá la depiladora es rusa, ucraniana o tímida, entonces responde con monosílabos.
Pero allí estamos, indefensas, a merced de una mina que poco conocemos, que nos vierte un inmovilizante caliente: ¡no podemos escapar!

Como la depiladora de Montserrat, loca como una cabra, se preguntaba y se respondía en su letanía, voz adentro, una y otra vez. Se llamaba en tercera persona y cada tanto pedía una aprobación “No, Kairelita? ¿Vos qué pensás? ¿Vos qué harías?” Y no había forma de responderle una generalidad.
Terminé dándole la receta de la masa de tarta, a cambio de que me dejara vivir.

2 comentarios:

  1. JAJAJAJJA.... Srta. K. Lo único recomendable es ir siempre a la misma, saberse de memoria cuál es la pregunta que la endulza y cuando termina dar propina.... infalible.
    Además la próxima tenés la ventaja de poder decir, "no me pasarías de vuelta por acá que hay unos rebeldes" (nota: ella hizo MUY bien su trabajo porque es LA MEJOR, pero lo pelos son "rebeldes".
    Y sino, dejarnos ser, como somos... con pelos.

    besooos
    7th

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  2. Che, al final ir al dentista no estaba tan mal. Jua!!! que lindo ser varón!!! Como quiero a mis pelitos!!!

    Señoritas el único consejo que puedo darles es: Amonachítense!! (del verbo amonachitar - Volverse mona chita- ) Eso sí, tiene que ser una acción en conjunto de toda la parcialidad femenina. Al final las vamos a querer con pelos y todo.

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